Era de noche y se oían las campanas del monasterio resonar. Estaba acostada en la cama del cuarto y había un silencio sepulcral a mí alrededor.
Pero noté algo: una presencia que me observaba de cerca.
Noté que algo se sentaba a los pies de mi cama, me incorporé para ver quién era.
Había un hombre ahí sentado, un hombre que me sonreía y me miraba con lo que me pareció un sentimiento de afecto. Parecía tener unos veinticinco o treinta años, vestía un traje negro, tenía el pelo atezado y una profunda y penetrante mirada azabache.
- Muy buenas noches, querida.
- ¿Quién eres?
- Alguien que ha venido a visitarte.
- ¿Cómo es que estás aquí?
- Sabía que estabas aquí, así que he venido a este lugar para poder verte.
- ¿Qué motivos tienes para verme?
- Te estaba buscando.
- ¿Por qué?
- Quería saber qué tal estabas.
- Pues, estoy bien, supongo.
- Me alegra saberlo, estaba preocupado por ti.
- ¿Preocupado por mí? ¿Por qué?
- Porque creí que nunca volvería a verte.
- ¿Nos conocemos?
- Sí. Todo el mundo me conoce.
- Perdona que lo diga, pero yo no te conozco de nada.
- Es cierto, nunca antes nos hemos visto en persona, pero siempre has oído hablar de mí.
- ¿Qué?
- Estoy aquí, pero a la vez no estoy en ningún lugar. Pero a la vez estoy en todas partes, por eso estoy aquí. Por eso todo ser viviente sabe de mi existencia.
- Mucho me temo que no te sigo.
- ¿Conoces la frases “Tempus Neminem Manet" y "Memento Mori”?
- Obvio que las conozco; son unas frases que dicen una gran verdad y que rigen mi vida. Son frases en latín, significan “El tiempo nunca espera" y "Recuerda tu muerte”.
- Así es, querida. La muerte es una realidad que acontece todos los días y es temida por todo ser viviente. Puede estar ahí, pero al mismo tiempo no estar en ninguna parte. Pero a la vez puede estar en todas partes, por eso está ahí. Tienes que recordarla porque dispones de un tiempo limitado antes de que aparezca y venga a por ti, a buscarte.
Ahí ya lo supe. Descubrí la identidad de aquel misterioso hombre.
Todo mi ser se aterrorizó por dentro, porque él...
Ese hombre…
- ¡Tú eres Muerte!
Me miró intentando parecer sorprendido al principio, pero luego sonrió de una forma de lo más siniestra y soltó una débil pero macabra risa. Clavó en mí su tremebunda mirada negra y destellante, por claros signos de una pavorosa euforia.
- Has acertado, querida. Yo soy Muerte
Un humo negro envolvió al hombre y en el instante en el que la humareda se disipó, quedó al descubierto la verdadera forma de la Muerte: la Parca. Mi cuerpo empezó a temblar y a sudar un horrible sudor frío con solo de verle, sin embargo, éste soltó una risilla maliciosa pero serenamente irónica.
- Ahora has de aceptar tu destino.
Muerte extendió el brazo y posó su mano extendida mi rostro. Cuando sentí sus huesudos dedos sobre mi piel, todo se volvió negro...
Me desperté bañada en sudor frío.
La luz del amanecer bañaba la habitación e iluminaba la estancia. Todo había sido un sueño. Me incorporé en la cama y miré a los pies de la misma, donde atisbé una pequeña hoja de papel. La cogí y vi que era una nota,
una nota que rezaba lo siguiente:
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He disfrutado mucho de nuestro encuentro, querida.
Pronto nuestros destinos se cruzarán de nuevo.
Volveremos a vernos, tan solo espérame.
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Un escalofrío me asaltó.
¿Qué hacía esa nota ahí?
¿Quién la había dejado?
En la nota ponía se refería al receptor como “querida”, ¡así era como la Muerte se refería a mí!
¿Había sido un sueño?
¿O quizás no?