Jul 16, 2015

Choose your fate!

Cuando abrí los ojos me encontré en una estancia con abundante iluminación. Miles de reflejos aparecieron en mi campo de visión, todos ellos despertando conmigo.
Me puse lentamente en pie, mis piernas las sentía débiles como si casi no tuvieran ni la más mínima fuerza. Era como si pudiera sentir el peso del aire sobre mí, cruelmente tratando de aplastarme.


¿Pero qué...? Dónde... ¿Dónde puñeta estoy?


Mirando a mi alrededor con detenimiento, lentamente empecé a caminar por la estancia, apoyándome sobre lo que podía. Tratando de no ceder ante el peso del aire.

Me encontraba en lo que parecía ser alguna clase de casa de espejos. Había innumerables umbrales que llevaban a un sin fin de pasillos, todos ellos cubiertos por enormes superficies reflectantes.
No había más salida que los pasillos que veía, no había ninguna puerta de entrada ni de salida de ningún tipo.


- ¿¡Hola!? ¿¡Hay alguien ahí!? - Puse las manos a modo de bocina, tratando de alzar la voz todo lo que me era posible.


¿Pero qué puñeta hago aquí? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué está pasando?


Las preguntas fueron agolpándose en mi cabeza, provocando un maremágnum de confusión y desesperación. Pero sobre todo pánico.
Mi respiración se volvió ligeramente frenética a la vez que giraba mi cabeza rápidamente en dirección a los umbrales, desorientada y sin saber qué hacer o adónde ir...


- Hola Edurne. Bienvenida.


Una voz me sacó de la nube de tormenta que mi cerebro había creado. Resonaba por todo el lugar como un eco, pero al mismo tiempo no se veía a nadie que fuera la fuente de la misma.
Era una voz masculina. Joven. Como la de un adolescente pasando a ser un adulto, como si fuera la de un chaval de por lo menos veinte años.
Sonaba como con un tono de invitación, cálida.

No obstante no me sentía bien con ella. Lo que yo percibía era como si tras esa comodidad de su voz, se escondiera un pozo sin fondo de maldad.


- ¿Quién eres? ¿Dónde estás?

- Soy tu anfitrión, Edurne. Estoy aquí. Pero a la vez no estoy en ninguna parte. Pero puedo estar en todas partes, por eso estoy aquí. - Me explicó escuetamente.


Me llamó la atención esa frase: esa era una frase que solía llegar a usar bastante a menudo en mi filosofía.
Siempre la aplicaba en cuanto a lo de soñar despierto, porque cuando una persona sueña despierta normalmente tiene el cuerpo ahí en el sitio. Pero la mente de dicha persona no está en ninguna parte. Pero a la vez esa mente podía estar en cualquier parte, por eso estaba ahí.
Era algo parecido a lo de la teoría del gato de Schrödinger, si te parabas a pensarlo.

¿Cómo era que la conocía?


- ¿Cómo es que sabes mi nombre? - Seguí preguntándole a la voz.

- ¿Cómo es que sé tu nombre, me preguntas? Deberías de saberlo tú misma. No hay necesidad de preguntármelo. - Se rió entre dientes con un gran deleite, como si acabase de contarle un chiste.

- ¡Si te lo pregunto es porque no lo sé! ¿Si lo supiera crees que te lo iría a preguntar? - Me exasperé levemente.

- ¿No me recuerdas? Es extraño, porque ambos sabemos quién es el otro. Soy alguien que conoces... y de hace tiempo.

- ¿Alguien que conozco de hace tiempo? ¡Pero si ni tan siquiera reconozco tu voz!

- Así que, ¿te has olvidado de mí? Una lástima, de verdad. Bueno, ya tendrás tiempo para recordar quién soy, ya que ambos vamos a pasar una larga temporada juntos.

- ¿Qué? ¿De qué narices estás hablando?

- Vamos a jugar a un juego, Edurne. Solo nosotros dos.

- ¿Qué juego?

- Es un juego al que llamo “Choose your Fate”. Es un juego bien sencillo.

- ¿Y se puede saber de qué va? - Me estaba impacientando ya.

- Sencillo. El objetivo de este juego es lograr salir del lugar en el que estás, estás en un sitio llamado Kagami no Meiro. En tu idioma sería conocido como el Laberinto de Espejos. Tienes que lograr salir de ahí.

- Vale bien... ¿Pero dónde está el truco? Tiene que haber más reglas, no puede ser tan “sencillo”. - Pensé que había gato encerrado en lo que estaba diciendo.

- Touché. Tienes razón, hay más reglas. Como bien dice él nombre, es un juego en el que tienes que “elegir tu destino”...


Detrás de mí empecé a oír unos pasos lentos que poco a poco fueron resonando más cerca. Lentamente me di la vuelta, como a cámara lenta. Mis ojos fueron a toparse con la vista de una figura allí de pie, una figura encapuchada y cubierta con una capa negra.
Era la figura de un varón, alta, me sacaría por lo menos una cabeza.
No podía verle la cara ya que estaba de perfil, no me miraba.
Sin embargo, con lentitud su mano fue a alcanzar la capucha, para con rápido gesto quitársela.

Su pelo era largo, negro, le llegaba por los hombros y quedaba recogido en una coleta. Su piel era clara y llevaba unas gafas redondas. Parecía tener como unos 19 o 20 años.

Pero cuando giró la cabeza en mi dirección con un movimiento brusco, di un grito ahogado de espanto cuando finalmente le vi toda la cara...

La parte izquierda de su rostro estaba cubierta de escamas de reptil blancas, y su ojos no eran normales. Su ojo derecho era negro, mientras que el izquierdo era dorado e igual al de una serpiente.
Pero la peor parte era que en conjunto con eso, era que su mirada se clavó en la mía con instinto asesino y sus labios esbozaban una maníaca sonrisa.


- Volver a vivir en paz o ser asesinada eternamente. ¿Cuál prefieres? - ¡La voz venía de él!


Con una risa satánica sacó de su manga un puñal y lo sostuvo en su mano izquierda, la cual también estaba cubierta por pálidas escamas.

Por acto de puro instinto salí corriendo, sin mirar por donde iba.
Me metí por uno de los varios caminos y corrí por los engañosos pasillos, los reflejos de los espejos me confundían y a veces chocaba con los muros reflectantes.
No miré hacia atrás por miedo a encontrármelo justo detrás.
La adrenalina se encargó de hacer todo el trabajo, pese al dolor que sentía en los pulmones y en las piernas, el cuerpo solo seguía adelante. No podía parar de correr.
Ignoraba el dolor, solo importaba salvar la vida.


- ¿Sigues sin reconocerme Edurne? ¿Sigues sin acordarte de mí? - Le oí gritarme entre risas desde quién sabe dónde.


La psicótica risa de ese chico se podía oír como si fuera un eco que provenía de todas partes y de ninguna. Era algo perturbador, te daba la sensación de que te podía saltar encima desde cualquier parte sin que te lo esperases.
Los nervios los tenía más que turbados por ello, estaban en su alerta máxima.


- Tranquila, no te voy a matar... - Oí un susurro cerca.


Miraba a mi alrededor pero no veía a nadie, no obstante el susurro sonaba relativamente cerca, como si estuviera en la misma área que yo. Solo veía mis propios reflejos...


- Al menos no... en la vida real.


Fue ahí cuando vi que uno de los reflejos... no era el mío.
Un grito salió de mis adentros cuando vi que el chico salió de uno de los espejos, yendo echárseme encima con el puñal.
Esquivé las puñaladas y cuchilladas de puro milagro, ni yo sabía cómo lo estaba haciendo. También tuve que agarrar su escamosa muñeca para evitar que fuera a hundir la fría y afilada hoja de acero en mi carne, forcejeé con él y traté de hacer que lo tirara.
Aunque fue en vano: se zafó de mi agarre y acabó por hacerme un corte en la mejilla.

Le dí un puñetazo en el estómago y salí corriendo justo cuando empezó a doblarse de dolor.
Desesperadamente traté de encontrar la salida de ese lugar, pero solo había más pasillos y más espejos allá por donde iba. No había salida, solo más y más caminos.
Pronto volví a oír resonar esa enferma risa.


- ¡Maravilloso...! ¡Simplemente maravilloso! ¡Haces que me hierva la sangre! ¡Hacía tiempo que no me divertía tanto!


Seguí corriendo a la vez que ignoraba sus comentarios de loco, esta vez más atenta a los reflejos de los espejos que a mis espaldas.

Por lo que había visto, ese chico era capaz de moverse a través de los espejos, de modo que podría aparecer por cualquier lado sin que me diera cuenta.
El truco estaba en que de tantas veces de ver mi reflejo, mis ojos ya estarían acostumbrados a ver lo mismo siempre, de modo que podía ser perfectamente engañado: porque lo que vería durante un breve instante sería mi reflejo en lugar de a ese maníaco, y eso sería más que suficiente para él para abalanzarse sobre mí e hincarme el puñal en el estómago.


- Venga Edurne, no seas mala. Por favor, no quiero dejarte sola. Déjame abrazarte. Déjame matarte. Déjame hundir mi puñal en tu cálida y tierna carne. - Sus susurros resonaban como tiznados y siniestros versos en mis oídos.


Escalofríos de terror me invadían cada vez que oía su voz. ¡Ese tío estaba loco de atar, por el amor de Dios! ¡Había perdido la chaveta por completo! ¡No, tacha eso! ¡Nunca tuvo chaveta, para empezar! ¡Ese tío necesitaba una camisa de fuerza!
¡Era un puñetero asesino!

Me sentía como si fuera una pobre rata de laboratorio corriendo por un laberinto, a la vez que era perseguida por una serpiente venenosa. Y la cosa no paraba de ir a peor, pues me topé con un callejón sin salida.
Dicho en pocas palabras: estaba muerta de miedo.


- Ambos éramos muy buenos amigos, tú y yo nos queríamos mucho. Yo era tu mejor amigo. Siempre jugábamos juntos. No había ni un solo juego en el que no nos divirtiéramos.

- ¿Eh? - Oí que la voz volvía a sonar tan cerca como antes, percatándome de esas palabras. Sonaban como una información importante.

- ¿Por qué me abandonaste, Edurne? - Oí su voz justo detrás.


Instintivamente fui a darme la vuelta para encarar a mi perseguidor... pero ese fue el peor error que pude haber hecho jamás.

Tan pronto como lo hice el sujeto me aprisionó en un letal abrazo y sentí una dolorosa punzada en el abdomen. Como si todo ocurriera a cámara lenta, bajé la mirada y me topé con un puñal enterrado en mi abdomen, empapado en mi propia sangre. Mi respiración se volvió entrecortada, no fui capaz siquiera de gritar o de articular un susurro.
Las piernas me flaquearon y cedieron bajo mi peso. El sujeto sorprendentemente me sostuvo con un cuidado extremo. Nunca me soltó.


- Qué pena... No has podido escapar. Bueno, otro día será. - Un fluido susurro y una risa socarrona salieron de sus adentros para ir a parar a mi oído izquierdo.


Eso fue lo único que mis oídos captaron antes de que mi cuerpo al fin quedara completamente inerte...








Dedicado a Jesús.
El buen psicólogo de Catalejo.

Sin él, esta historia no habría dejado de ser mi pesadilla... ni sería quien ahora soy.


No comments:

Post a Comment

Si tienen alguna opinión, me gustaría que la compartiérais. Gracias