Cuando
abrí los ojos me encontré en una estancia con abundante
iluminación. Miles de reflejos aparecieron en mi campo de visión,
todos ellos despertando conmigo.
Me
puse lentamente en pie, mis piernas las sentía débiles como si casi
no tuvieran ni la más mínima fuerza. Era como si pudiera sentir el
peso del aire sobre mí, cruelmente tratando de aplastarme.
¿Pero
qué...? Dónde... ¿Dónde puñeta estoy?
Mirando
a mi alrededor con detenimiento, lentamente empecé a caminar por la
estancia, apoyándome sobre lo que podía. Tratando de no ceder ante
el peso del aire.
Me
encontraba en lo que parecía ser alguna clase de casa de espejos.
Había innumerables umbrales que llevaban a un sin fin de pasillos,
todos ellos cubiertos por enormes superficies reflectantes.
No
había más salida que los pasillos que veía, no había ninguna
puerta de entrada ni de salida de ningún tipo.
-
¿¡Hola!? ¿¡Hay alguien ahí!? - Puse las manos a modo de bocina,
tratando de alzar la voz todo lo que me era posible.
¿Pero
qué puñeta hago aquí? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué está
pasando?
Las
preguntas fueron agolpándose en mi cabeza, provocando un maremágnum
de confusión y desesperación. Pero sobre todo pánico.
Mi
respiración se volvió ligeramente frenética a la vez que giraba mi
cabeza rápidamente en dirección a los umbrales, desorientada y sin
saber qué hacer o adónde ir...
-
Hola Edurne. Bienvenida.
Una
voz me sacó de la nube de tormenta que mi cerebro había creado.
Resonaba por todo el lugar como un eco, pero al mismo tiempo no se
veía a nadie que fuera la fuente de la misma.
Era
una voz masculina. Joven. Como la de un adolescente pasando a ser un
adulto, como si fuera la de un chaval de por lo menos veinte años.
Sonaba
como con un tono de invitación, cálida.
No
obstante no me sentía bien con ella. Lo que yo percibía era como si
tras esa comodidad de su voz, se escondiera un pozo sin fondo de
maldad.
-
¿Quién eres? ¿Dónde estás?
-
Soy tu anfitrión, Edurne. Estoy aquí. Pero a la vez no estoy en
ninguna parte. Pero puedo estar en todas partes, por eso estoy aquí.
- Me explicó escuetamente.
Me
llamó la atención esa frase: esa era una frase que solía llegar a
usar bastante a menudo en mi filosofía.
Siempre
la aplicaba en cuanto a lo de soñar despierto, porque cuando una
persona sueña despierta normalmente tiene el cuerpo ahí en el
sitio. Pero la mente de dicha persona no está en ninguna parte. Pero
a la vez esa mente podía estar en cualquier parte, por eso estaba
ahí.
Era
algo parecido a lo de la teoría del gato de Schrödinger, si te
parabas a pensarlo.
¿Cómo
era que la conocía?
-
¿Cómo es que sabes mi nombre? - Seguí preguntándole a la voz.
-
¿Cómo es que sé tu nombre, me preguntas? Deberías de saberlo tú
misma. No hay necesidad de preguntármelo. - Se rió entre dientes
con un gran deleite, como si acabase de contarle un chiste.
-
¡Si te lo pregunto es porque no lo sé! ¿Si lo supiera crees que te
lo iría a preguntar? - Me exasperé levemente.
-
¿No me recuerdas? Es extraño, porque ambos sabemos quién es el
otro. Soy alguien que conoces... y de hace tiempo.
-
¿Alguien que conozco de hace tiempo? ¡Pero si ni tan siquiera
reconozco tu voz!
-
Así que, ¿te has olvidado de mí? Una lástima, de verdad. Bueno,
ya tendrás tiempo para recordar quién soy, ya que ambos vamos a
pasar una larga temporada juntos.
-
¿Qué? ¿De qué narices estás hablando?
-
Vamos a jugar a un juego, Edurne. Solo nosotros dos.
-
¿Qué juego?
-
Es un juego al que llamo “Choose your Fate”. Es un juego bien
sencillo.
-
¿Y se puede saber de qué va? - Me estaba impacientando ya.
-
Sencillo. El objetivo de este juego es lograr salir del lugar en el
que estás, estás en un sitio llamado Kagami no Meiro. En tu idioma
sería conocido como el Laberinto de Espejos. Tienes que lograr salir
de ahí.
-
Vale bien... ¿Pero dónde está el truco? Tiene que haber más
reglas, no puede ser tan “sencillo”. - Pensé que había gato
encerrado en lo que estaba diciendo.
-
Touché. Tienes razón, hay más reglas. Como bien dice él nombre,
es un juego en el que tienes que “elegir tu destino”...
Detrás
de mí empecé a oír unos pasos lentos que poco a poco fueron
resonando más cerca. Lentamente me di la vuelta, como a cámara
lenta. Mis ojos fueron a toparse con la vista de una figura allí de
pie, una figura encapuchada y cubierta con una capa negra.
Era
la figura de un varón, alta, me sacaría por lo menos una cabeza.
No
podía verle la cara ya que estaba de perfil, no me miraba.
Sin
embargo, con lentitud su mano fue a alcanzar la capucha, para con
rápido gesto quitársela.
Su
pelo era largo, negro, le llegaba por los hombros y quedaba recogido
en una coleta. Su piel era clara y llevaba unas gafas redondas.
Parecía tener como unos 19 o 20 años.
Pero
cuando giró la cabeza en mi dirección con un movimiento brusco, di
un grito ahogado de espanto cuando finalmente le vi toda la cara...
La
parte izquierda de su rostro estaba cubierta de escamas de reptil
blancas, y su ojos no eran normales. Su ojo derecho era negro,
mientras que el izquierdo era dorado e igual al de una serpiente.
Pero
la peor parte era que en conjunto con eso, era que su mirada se clavó
en la mía con instinto asesino y sus labios esbozaban una maníaca
sonrisa.
-
Volver a vivir en paz o ser asesinada eternamente. ¿Cuál prefieres?
- ¡La voz venía de él!
Con
una risa satánica sacó de su manga un puñal y lo sostuvo en su
mano izquierda, la cual también estaba cubierta por pálidas
escamas.
Por
acto de puro instinto salí corriendo, sin mirar por donde iba.
Me
metí por uno de los varios caminos y corrí por los engañosos
pasillos, los reflejos de los espejos me confundían y a veces
chocaba con los muros reflectantes.
No
miré hacia atrás por miedo a encontrármelo justo detrás.
La
adrenalina se encargó de hacer todo el trabajo, pese al dolor que
sentía en los pulmones y en las piernas, el cuerpo solo seguía
adelante. No podía parar de correr.
Ignoraba
el dolor, solo importaba salvar la vida.
-
¿Sigues sin reconocerme Edurne? ¿Sigues sin acordarte de mí? - Le
oí gritarme entre risas desde quién sabe dónde.
La
psicótica risa de ese chico se podía oír como si fuera un eco que
provenía de todas partes y de ninguna. Era algo perturbador, te daba
la sensación de que te podía saltar encima desde cualquier parte
sin que te lo esperases.
Los
nervios los tenía más que turbados por ello, estaban en su alerta
máxima.
-
Tranquila, no te voy a matar... - Oí un susurro cerca.
Miraba
a mi alrededor pero no veía a nadie, no obstante el susurro sonaba
relativamente cerca, como si estuviera en la misma área que yo. Solo
veía mis propios reflejos...
-
Al menos no... en la vida real.
Fue
ahí cuando vi que uno de los reflejos... no era el mío.
Un
grito salió de mis adentros cuando vi que el chico salió de uno de
los espejos, yendo echárseme encima con el puñal.
Esquivé
las puñaladas y cuchilladas de puro milagro, ni yo sabía cómo lo
estaba haciendo. También tuve que agarrar su escamosa muñeca para
evitar que fuera a hundir la fría y afilada hoja de acero en mi
carne, forcejeé con él y traté de hacer que lo tirara.
Aunque
fue en vano: se zafó de mi agarre y acabó por hacerme un corte en
la mejilla.
Le
dí un puñetazo en el estómago y salí corriendo justo cuando
empezó a doblarse de dolor.
Desesperadamente
traté de encontrar la salida de ese lugar, pero solo había más
pasillos y más espejos allá por donde iba. No había salida, solo
más y más caminos.
Pronto
volví a oír resonar esa enferma risa.
-
¡Maravilloso...! ¡Simplemente maravilloso! ¡Haces que me hierva la
sangre! ¡Hacía tiempo que no me divertía tanto!
Seguí
corriendo a la vez que ignoraba sus comentarios de loco, esta vez más
atenta a los reflejos de los espejos que a mis espaldas.
Por
lo que había visto, ese chico era capaz de moverse a través de los
espejos, de modo que podría aparecer por cualquier lado sin que me
diera cuenta.
El
truco estaba en que de tantas veces de ver mi reflejo, mis ojos ya
estarían acostumbrados a ver lo mismo siempre, de modo que podía
ser perfectamente engañado: porque lo que vería durante un breve
instante sería mi reflejo en lugar de a ese maníaco, y eso sería
más que suficiente para él para abalanzarse sobre mí e hincarme el
puñal en el estómago.
-
Venga Edurne, no seas mala. Por favor, no quiero dejarte sola. Déjame
abrazarte. Déjame matarte. Déjame hundir mi puñal en tu cálida y
tierna carne. - Sus susurros resonaban como tiznados y siniestros
versos en mis oídos.
Escalofríos
de terror me invadían cada vez que oía su voz. ¡Ese tío estaba
loco de atar, por el amor de Dios! ¡Había perdido la chaveta por
completo! ¡No, tacha eso! ¡Nunca tuvo chaveta, para empezar! ¡Ese
tío necesitaba una camisa de fuerza!
¡Era
un puñetero asesino!
Me
sentía como si fuera una pobre rata de laboratorio corriendo por un
laberinto, a la vez que era perseguida por una serpiente venenosa. Y
la cosa no paraba de ir a peor, pues me topé con un callejón sin
salida.
Dicho
en pocas palabras: estaba muerta de miedo.
-
Ambos éramos muy buenos amigos, tú y yo nos queríamos mucho. Yo
era tu mejor amigo. Siempre jugábamos juntos. No había ni un solo
juego en el que no nos divirtiéramos.
-
¿Eh? - Oí que la voz volvía a sonar tan cerca como antes,
percatándome de esas palabras. Sonaban como una información
importante.
-
¿Por qué me abandonaste, Edurne? - Oí su voz justo detrás.
Instintivamente
fui a darme la vuelta para encarar a mi perseguidor... pero ese fue
el peor error que pude haber hecho jamás.
Tan
pronto como lo hice el sujeto me aprisionó en un letal abrazo y
sentí una dolorosa punzada en el abdomen. Como si todo ocurriera a
cámara lenta, bajé la mirada y me topé con un puñal enterrado en
mi abdomen, empapado en mi propia sangre. Mi respiración se volvió
entrecortada, no fui capaz siquiera de gritar o de articular un
susurro.
Las
piernas me flaquearon y cedieron bajo mi peso. El sujeto
sorprendentemente me sostuvo con un cuidado extremo. Nunca me soltó.
-
Qué pena... No has podido escapar. Bueno, otro día será. - Un
fluido susurro y una risa socarrona salieron de sus adentros para ir
a parar a mi oído izquierdo.
Eso
fue lo único que mis oídos captaron antes de que mi cuerpo al fin
quedara completamente inerte...
Dedicado
a Jesús.
El
buen psicólogo de Catalejo.
Sin
él, esta historia no habría dejado de ser mi pesadilla... ni
sería quien ahora soy.